Instituto Hajime
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Mensaje  Mercurie Lampe Dom Ene 25, 2009 5:07 am

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Última edición por Mercurie Lampe el Jue Abr 02, 2009 12:54 am, editado 1 vez
Mercurie Lampe
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Neko Yakuzas' Wife
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Hoja de personaje
Frase PJ1: "Como ser humano lo mereces todo. ¿Entiendes? ¡TODO!"
Frase PJ2: "Ahora te toca vivir, ya habrá tiempo de morir. Hazte amigo de la adversidad o nunca serás feliz. Y algún día verás que la vida es muy corta para llorar. Sé tu mismo eso nunca nadie te lo podrá quitar"

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Visitas ordinales Empty Mes 1 - Día 2

Mensaje  Invitado Lun Ene 26, 2009 3:57 pm

Utah llegó a la habitación que se le había indicado. Tocó un par de veces antes de entrar, sin esperar indicación, como era su costumbre. Dentro, el rubio Fausto estaba esperando, sentado detrás de un pequeño escritorio blanco, con los dedos entrecruzados frente a su rostro y los codos apoyados en el escritorio. Vio a su mirada azur moverse hacia un lado, hacia donde un reloj de pared iba indicando silenciosamente la hora.

Ocho en punto.

Tantos empleos y jefes malhumorados habían hecho de Utah una persona impecablemente puntual.

-Eres bastante puntual, Symmetry -dijo el hombre, clavando ahora sus intensos ojos en la bicolor, mientras con una mano le indicaba que se sentara y él se ponía de pie-. Entonces, ¿ya has pensado en decirme cual es tu raza?

Utah lo observó de reojo, mientras rebuscaba en un pequeño mueble y sacaba los sencillos intrumentos que utilizaría.

-No pienso decírselo a nadie, Symmetry. Tan sólo tengo curiosidad -prosiguió, ante su silencio, volteándose, con una sonrisa algo macabra-. Simple y sana curiosidad. Además de que soy el médico de cabecera del Instituto y necesito estar informado.

A Utah le parecieron algo cómicas las palabras del profesor. Era tan obvio que aquello no era "simple y sana curiosidad". Se contuvo de sonreír, viendo como el médico se acercaba, aparentemente comenzando a frustrarse ante su falta de respuesta. El rubio jaló otra silla y se sentó para quedar a su altura. Después tomó uno de los brazos de la bicolor, preparándolo para la futura intromisión en la vena. Antes de proseguir, elevó su mirada, observando a la ojigris atentamente.

-Entonces, ¿ya lo has pensado?

Utah parpadeó, antes de desviar la mirada hacia su brazo, pensativa. Pensaba en cómo decirle al profesor que ella no tenía idea de cuál era su raza.

-Verá, señor -comenzó, y vio los ojos de Fausto brillar, su sonrisa macabra pronunciándose más y poniéndola ligeramente nerviosa. Pausó unos segundos antes de continuar-. Yo viví en un orfanato desde que puedo recordar. Nadie me dijo nada sobre de dónde provenía, no creo que supieran. Yo no sé... qué soy.

Y aunque esperaba que el médico se decepcionara, sus palabras tan sólo parecieron emocionarle. Quizá, supuso, al hombre le agradaba bastante la idea de tener que ser él quien resolviera aquel acertijo. Utah supuso que tendría que sentirse algo ofendida de ser vista como un espécimen de laboratorio, pero la necesidad de saber le impedía sentir cualquier cosa negativa hacia el hombre.

No notó el momento en que la aguja ya había entrado a su cuerpo y la sangre había sido extraída. Su sangre era roja, común, y no iba a cambiar de color ni a hacerse humo de pronto como sabía lo habían hecho las muestras de algunos de sus compañeros. El hombre observó la muestra con cuidado, sus ojos viajando de ella al cabello de Utah y luego regresando. La bicolor se deshizo del algodón, arrojándolo a un bote de basura, siendo que la diminuta herida no tardó más que unos segundos en cerrarse. Fausto también observó este hecho con fascinación, sonriendo y asintiendo como si algún rompecabezas comenzara a resolverse en su cabeza.

-Te diré algo, Symmetry -dijo, mirando aún la herida recién cerrada y luego subiendo su vista-, el cabello variocolor es una característica bastante común entre los demonios. Ellos y cualquier descendencia suya, aunque no sea pura, nacen con frecuencia con el cabello de más de un color.

Utah asintió, sintiendo que el hombre hacía aquello con algún afan altruista, probablemente sabiendo que ella querría saber. Después de aquello el rubio se incorporó, jugando entretenidamente con la muestra.

-Probablemente en dos días tendré los resultados. Nos veremos más tarde en clases, Symmetry.

La bicolor entendió la autorización implícita para irse. Se levantó y se dirigió a la puerta, deteniéndose antes para susurrar un 'con permiso', saliendo después, camino al comedor.

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Visitas ordinales Empty Mes 1 - Día 3

Mensaje  Mercurie Lampe Lun Feb 09, 2009 5:32 am

Esto viene después de una parte que aún no he escrito en la habitación de chicas

Se bañaron bajo los tímidos rayos del Sol que ascendía por un horizonte teñido de violeta, mezclándose con el cielo de más allá. Caminaban en silencio, mientras el canto de las aves matutinas lo desgarraba en dos, anunciando el amanecer de una nueva mañana.

Las puertas de cristal se abrieron en dos y les permitieron penetrar en el edificio blanquecino donde les arropó la calidez del lugar, que ya habían sentido con anterioridad y que, debido a las revisiones impuestas por dicho instituto, pronto formarían parte de sus vidas.

El licántropo se acercó a recepción, donde una enfermera con un rostro de expresión cansada le miraba incrédula. Repasó con su mirada cada centímetro del hombre lobo, reparando en la chica acurrucada en los brazos fuertes de este. Nunca me acostumbraré a esto, pensó.
- Disculpe, ¿podría decirme dónde puedo encontrar al doctor Johann Fausto VIII? -preguntó con su voz grave, ignorando el escáner de la mujer que se encontraba en frente.

Despegó sus labios de fresa, mas los volvió a juntar al no poder articular palabra. Se excusó con un gesto de mano y alzó el teléfono a su lado para marcar rápidamente unos números. Su voz nerviosa resonó por el desértico lugar:
- Director, uno de sus alumnos, bueno... dos de ellos -se corrigió al rodar sus ojos a la peliplatina- desean verle.
- Hazlos pasar a la sala de consulta -fue su respuesta.

Se alzó de su asiento y señaló a la bestia donde debía ir, tropezándose en sus propias palabras por el respeto que sentía al mirar los ojos desiguales del hombre lobo de más de dos metros. Él se lo agradeció con una sonrisa y apretó más hacia sí a su compañera, que permanecía con la mirada entre abierta.
Subió las escaleras de tres en tres y viró para seguir el rastro de olor a muerte. No le hizo falta pedir permiso para entrar, pues la puerta se encontraba abierta, con el rubio ojiazul sentado tras la mesa, esperándoles.
- Os esperaba.

Dejó caer la loba con cuidado sobre la silla y se situó a su lado, en pie. Ella abrió sus ojos y miró al nigromante, el cual guardaba en su boca una de las preguntas típicas de los médicos tras recibir a un paciente después de algún incidente.
- Buenos días, Isil. ¿Cómo te encuentras?
- Estupendamente -ironizó-, estoy aturdida.
- Comprende que es por tu bien.

Se alzó de su silla para dirigirse a los estantes de su izquierda, rebuscando entre ellos un bote de pastillas. Cuando lo encontró, se acercó a la loba, agachándose a su altura. Le alzó el brazo derecho y le indicó que lo presionara hacia arriba sobre su mano de doctor, que lo empujaría hacia a bajo, cuando él le indicase.
- Está fuerte. Ahora aguanta este bote -ordenó, entregándoselo- con tu mano izquierda sobre el ombligo, repetiremos el proceso.

Isil se encogió de hombros y acató las palabras del rubio, diciéndose para sí misma que aquello era una tontería. Mas su opinión cambió cuando su brazo quedó completamente débil ante la presión que ejercía Fausto sobre él, incapaz de resistir a descender. Él chasqueó la lengua.
- Vas a necesitar algo más fuerte... -suspiró, y se encaminó de nuevo hacia los estantes, donde escogió otro recipiente.

El nigromante insistió en el mismo procedimiento hasta que el brazo de la loba no cedió cuando sostenía un bote sobre su ombligo. Él negó con la cabeza.
- Estás peor de lo que creía. Vas a tomarte estas pastillas cuando te levantes y antes de acostarte por la noche, con el estómago lleno.
- ¿Por qué?

Sonrió ante tal pregunta. Se sentó en la silla de al lado, observándola fijamente con sus ojos viciosos de muerte.
- He mantenido una seria conversación con el lobo rojo de Finlandia y me ha explicado tu caso, así que... vas a tomarte estas medicinas para que no tengas pesadillas.

Oh, no. Lo sabe, pensó la loba. Estudió las ojeras del rubio para evitar el contacto visual. Para ella, tener esa clase de sueños era vergonzoso, más cuando quedaba hecha un ovillo y despertaba a toda la familia Schwärzwolf y privaba de descanso a su lobo. Si ella gritaba en medio de la noche... Suspiró. Quizá realmente era lo mejor. Viajó por su mente para recordar los sucesos del día anterior, donde yacía la imagen, ya casi extinta, de su hermano demacrado. Recordaba también los ojos azules del profesor que se encontraba a su lado, mirándola con disculpa cuando vertió aquel líquido sobre su boca. Y también estaba ella, Saya. ¡Scheiße!
- Permíteme -prosiguió. Juntó dos dedos de su mano derecha y los posó sobre el antebrazo níveo de la híbrida. Después, le indicó que posicionara el brazo que acababa de tocar en alto, ya que él volvería a hacer presión sobre él hacia bajo cuando ella intentase alzarlo.
- ¡Ay! -se quejó. No sintió el brazo cuando le ordenó resistir ante aquella mano fría. Él negó con la cabeza de nuevo.
- Tendrás terapia conmigo una hora cada semana en la consulta de psicología.
- ¡Nein!
- ¡Isil! -gruñó el lobo.

Ella siempre se había negado a visitar a uno de aquellos hombres o mujeres de bata blanca que la miraban sonriendo, ansiosos por entrar en su mente y hacer con ella lo que quisieran. Había ido dos veces desde que su hermano murió, obligada por Dorian, y no obtuvo ninguna mejora; es más, sólo empeoraba.
- Es más serio de lo que te imaginas, tu alma ya está lo suficiente dañada.
- No quiero.
- Te lo ordeno.

Gruñó. Perdería las horas en aquella maldita consulta, no pensaba hablarle de su vida a aquel hombre que la observaba como si fuese una reliquia. Suspiró resignada, no iba a discutir con él en las condiciones en las que se encontraba. La imagen de Caith reapareció en su mente.
- ¿Puedo preguntarle algo? -cambió de tema. Él asintió- ¿Existe... un paraíso para los lobos?
- No existe un paraíso para aquellos que han atentado contra su propia vida. Esperaba que tú, que tantas muertes has presenciado a lo largo de tu vida, superarías el ejercicio mejor que cualquiera de tus compañeros.
- Siento haberle decepcionado.

Se alzó. Sacó de su escritorio unos papeles y los rellenó con una escritura de médico. Tras firmarlos, los entregó a la peliplatina, junto al bote de pastillas.
- Muestra estos documentos a los profesores que te impartan clases hoy. Les informaré de tu estado antes, pero así te tomarán más en cuenta -hizo una pausa-. También avisaré a los comedores para que os den el desayuno ahora y se aseguren de que te has tomado las pastillas. Y tú... -se dirigió al lobo- te darán algo para que te mantengas despierto. Pueden retirarse, debo recibir a uno de vuestros compañeros ahora, en mi despacho.

Giro alzó a su compañera y la acurrucó en su pecho. Se despidieron del nigromante con un asentimiento de cabeza y salieron por aquella puerta, para regresar al Instituto.
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